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Ken Wapnick

Vida de Kenneth Wapnick hasta que se encontró con el Curso
Dios guiaba a Wapnick, de ello era consciente, pero la relevancia de Jesús en su vida no se hizo patente, hasta que visitó a sus amigos en el monasterio trapense en Kentucky.
En la ciudad vieja de Jerusalén, de repente sintió que estaba en el lugar más santo de la tierra.
La vida de Kenneth Wapnick hasta que se encontró con el Curso (AD-5)

Artículo anterior «Vida de Kenneth Wapnick, los inicios en la universidad»

El libro Un curso de milagros, fue publicado, posteriormente a este relato, por la Foundation For Inner Peace , la primera edición del Curso fue en 1976. Consultar los artículos «Autor destacado, Kenneth Wapnick» y «Vida de Kenneth Wapnick, los inicios en la universidad», para tener un relato continuo de la vida del autor). Este articulo y los dos anteriores se sitúan antes de que se licenciara como doctor en psicología (1968) y después, en los principios de los años setenta.

Noche oscura del alma
Al joven doctor cada vez le resultaba más difícil poder mantener un horario estricto. Después de sufrir una fuerte gripe le pareció imposible continuar con cualquier actividad espiritual, y se sumió en un estado de inquietud que se prolongó durante varios meses pero nunca perdió la fe en Dios. Debido a que había leído bastante literatura espiritual, reconoció que estaba pasando la denominada «noche oscura del alma», una crisis anímica que presagia un cambio significativo en la vida.

El cristianismo y la vida monástica
Mucho antes de encontrar el Curso, Ken descubrió los libros de Thomás Merton un monje trapense que, después de una conversión religiosa ingreso en la Abadía de Getsemaní en Kentucky .A Ken le asombró encontrar personas realmente dedicadas a la práctica espiritual y al servicio de Dios. Se interesó por el cristianismo, pues tenía intenciones de pasar cinco días en el monasterio. No supuso problema el hecho de que los monjes fuesen cristianos, pues sabía que amaban a Dios tanto como él, y las formas carecían de importancia.

A principios de julio, y en su afán por conocer algo más sobre la Iglesia Católica, el joven doctor asistió con frecuencia a la primera misa que se celebraba durante la mañana y, para su sorpresa, experimentó los mismos sentimientos que cuando escuchaba a Beethoven. Estaba seguro de que la experiencia provenía de Dios, pero le sorprendió poder experimentarla en el marco de una Iglesia Católica. A finales de mes, regaló todo lo que poseía y alquiló una habitación amueblada en las inmediaciones del hospital, —pensó que desprenderse de sus posesiones le brindaría paz, aunque reconoce que no fue así—, esperó con expectación su viaje al monasterio a mediados de agosto.

Cuando llegó al monasterio, tuvo la sensación de haber llegado a casa, sentimiento inesperado, dado que era y se consideraba un muchacho judío de Brooklin. Al día siguiente, durante la misa matinal dedicada a María, se entusiasmó tanto con la vida monástica que pensó que Dios deseaba que él se convirtiera al catolicismo, y así lo decidió. Le movía un deseo de ser monje, no le preocupaba su falta de interés por Jesús o la Iglesia pero estaba convencido de que era la voluntad de Dios. Habló con algunos monjes y eso reforzó su decisión. Cuando regresó al hospital, conversó con el capellán, y poco después fue bautizado.

Tierra santa
Dejó su empleo y decidió pasar cierto tiempo a solas, esperando el año requerido para ingresar como monje en la Abadía de Getsemaní. Siguiendo el curso de su vida y confiado en la guía de Dios viajo a Israel, si bien las razones no las tenía del todo claras. Un día se encontró en el corazón de la ciudad vieja de Jerusalén, y de repente sintió que estaba en el lugar más santo de la tierra. A pesar de su bautismo e intenciones de convertirse en monje, no dejaba de sentirse menos judío. No se identificaba plenamente con el cristianismo, pero apreciaba algo muy significativo de los santos lugares. Lo más importante es que, por primera vez en muchos meses, estaba en paz.

Visitó el monasterio trapense de Latrún en las afueras de Jerusalén, y estuvo allí tres meses y medio. Luego pasó varias semanas en una comunidad monástica llamada Lavra Netofa, en la cima de un monte con vistas al mar de Galilea. Se sentía muy bien y aplazó sus planes inmediatos de ingresar con los trapenses.

Asuntos pendientes
Regresó a Estados Unidos a principios de mayo con la intención de restablecer relaciones, un tanto deterioradas, con la familia, viejos amigos y parientes, y echar una ojeada a un libro sobre «desarrollo espiritual» ese que le mencionó Benedict Groeschel en noviembre de 1972 antes de que Ken viajara a Israel.

Benedict Groeschel, fue un destacado cura franciscano de la Iglesia Católica de la archidiócesis de Nueva York, Había estudiado con William Thetford y trabajó con Helen Schucman y era amigo de Kenneth Wapnick. Después de que Schucman le diera permiso a Groeschel, este le presentó una copia mecanografiada por Thetford a Wapnick.

Para Ken el verano de 1973 fue revelador por tres razones. La primera fue que se vino abajo fue su teoría de que para estar con Dios era necesario el aislamiento de la vida monástica, pues desde que salió de Israel pasó de llevar una vida solitaria a relacionarse tanto que apenas estaba solo. Con sorpresa descubrió que Dios estaba igualmente presente tanto si estaba solo como acompañado, podía estar en paz donde quiera que estuviese, siempre que estuviera donde Dios deseaba que estuviese.

Encuentro con el Curso
La segunda razón fue descubrir los escritos de William Thetford sobre las canalizaciones de Helen Schucman que ellos le presentaron mediante un encuentro que tuvo lugar en el despacho de William Thetford en la Universidad de Columbia en Nueva York, auspiciado por Benedict. El «libro sobre desarrollo espiritual» se titulaba Un curso de milagros. Kenneth manifiesta que era exactamente lo que andaba buscando sin saberlo, pues reconciliaba sus dos vocaciones, ambas guiadas por Dios. Sabía que convertirse en psicólogo había sido idea de Dios y que solo con su ayuda había podido acabar los estudios, y observó que se valoraba el trabajo que realizó con los pacientes y lo consideraba provechoso. Y a pesar de que nunca se había sentido tan feliz como cuando había estado en el monasterio, le rondaba un pensamiento que le carcomía, no sabía la razón por la cual Dios le llevaba a una vida monástica, cuando estaba seguro de que también le había guiado claramente y ayudado con su carrera. El convertirse en monje hubiera significado ignorar esa parte de su vida y a él no le parecía correcto, pero no veía como reconciliar la psicología con la espiritualidad. El Curso le proporcionó la respuesta.

Reconocer a Jesús
Durante el periodo que pasó como monje, Ken había observado las prácticas religiosas y vivido las reglas monásticas cristianas de pleno Esto le reportó gran alimento y consuelo. No obstante, no podía identificar a Jesús en su experiencia. Sin embargo, ocurrió entonces el suceso más importante de los tres enunciados anteriormente. Según Ken, durante el último año cada vez era más consciente de una presencia directa y personal en su vida que le guiaba, consolaba y le proporcionaba respuestas útiles a las preguntas concretas que formulaba. Se sintió agradecido por esta presencia, por su ternura y amor, y sin darle más vueltas la atribuyó a Dios. La gran sorpresa de Ken fue cuando ese verano visitó a sus amigos en el monasterio trapense en Kentucky. Resultó ser un momento de revelación —el más feliz y gozoso de mi vida— según él mismo expresa. De repente, supo que Jesús era más que un símbolo o una figura histórica. Reconoció con gran certeza que Jesús era real y que estaba vivo en su interior y que siempre lo estaría, esa certeza nunca la perdió y supo en este feliz encuentro que empezaban una vida juntos preparándolo para la próxima etapa.

Fuente: El Grano de Mostaza —Félix Lascas

Publicado en UCDM

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